Hace unos días murió Ismael Belda, un radical escultor y pintor que se batía contra la piedra o la madera con la consistencia de un héroe (por tal lo tengo), su escultura está por encima de lo real y entra en la batalla con los materiales para darles consistencia histórica. Ese duro combate frente a la roca, con un martillo y un escoplo, dominar el salvajismo natural de un tronco de olivo y sacarle el cuerpo escondido entre sus garras de compactos anillos, es de una dureza sólo comparable a la indiferencia con la cual esta ciudad y sus representantes ideológicos, su Ayuntamiento y los historiadores han soslayado el deceso.